Neil Young - "Tonight's the Night" (1975) - Hace diez años escribí una reseña que fue un punto final
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obra maestra nacida de la derrota de una juventud triunfadora, que no sabe ni puede vivir ubicada en la consciencia de la cordura... |
Por Jorge García.
El otro día, alguien me recordó, a propósito de los cincuenta años que ha cumplido "Tonight's the Night", el disco más agónico y enfermizo de Neil Young, la reseña que sobre el mismo escribí hace hoy una década. Fue una reseña que iba más allá de la revisión como oyente de un disco, fue una prueba a la que me enfrenté y que a su término me convenció de algunas cosas que aún hoy mantengo en pie como enseñanzas vitales y recursos acomodaticios para no volver atrás. Fue la recuperación de una época anterior a la oscuridad que no solo Young ha vivido y el espejo en el que aprender a observar a alguien que, como creo que nos pasa a todos, es un desconocido con el que te reencuentras cada mañana en el reflejo del armarito del baño. Al fin y al cabo, la catarsis que lleva consigo sumergirse en los lúgubres y sórdidos recovecos, en las catacumbas por las que discurre un disco como este, puede parecer que te arrastra a un hundimiento en la negrura, pero también puede ser un acicate para la resurrección. Pues nos explica que en realidad caminamos, como funambulistas, sobre la delgada línea que separa los extremos más radicales.
Hoy recuerdo aquella reseña sin añadir ni editar nada en absoluto, porque, al fin y al cabo, todo está bien.
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Hacía mucho tiempo que no pinchaba "Tonight's the Night". Hace tiempo que decidí que ya no era mi disco favorito de Neil, que ya no me podía permitir ese dispendio y que era más inteligente virar hacia obras más amables y menos angustiosas...
Hace tiempo que prefiero "Harvest" y sus aromas a campo, "Zuma" y su glorioso despertar a la luz, "Everybody knows this is nowhere" y su apabullante actitud rockera y juvenil, "After the gold rush" y su genialidad impoluta de académico nihilismo, "Rust never sleeps" y ese punk que marcará el camino a los adolescentes inconformistas de Seattle, que lo absorberían cutáneamente en el crepúsculo de los setenta, "Harvest Moon", "Raged Glory", "Silver and Gold", "Prairie Wind", "Come's a time"... cualquiera menos "Tonight's the night".
¿Dejó de atraerme su demencia?, ¿O lo que me asustaban eran los susurros agoreros y amenazantes que se filtran por la pegajosa tela de araña que es esa oscuridad opresiva y pesada que inunda cada nota y palabra del disco?.
O tal vez esos susurros no existen y solo yo los oía. Igual los susurros estaban dentro de mi, y en el fondo necesitaba de ruido para no entender lo que decían, mimetizadas esas palabras por las guitarras desquiciadas de un casi imberbe Nils Lofgren y la irascible voz cargada de tequila de Neil Young, los fantasmagóricos ritmos del dúo Molina/Talbot y la carga de angustia, muerte, sangre y rendición que aguantan unos temas salidos de un dolor narcotizado por el sufrimiento ante la pérdida de juveniles amigos: Whitten, al que aún escuchamos en la toma en vivo de "Come on baby, let's go downtown" y Berry, su amigo y road manager al que se hace referencia directa en la inmortal "Tonight's the night", que no es sino la rendición a la negrura de la noche escogida para que el destino decida.
El caso es que este disco nacido de la agonía ante la imposibilidad de evitar lo inevitable, ante la cobardía de asumir el insobornable proceder del destino, esta obra maestra nacida de la derrota de una juventud triunfadora, que no sabe ni puede vivir ubicada en la consciencia de la cordura. Este disco es una fenomenal guarida para que la pereza de vivir, la desgana de resistir, el pánico a reaccionar se sumerjan en un trance de auto-destrucción y decadencia que haga de la necesidad de ponerse el buzo de vivir algo pueril, algo que puede esperar a mañana, a otro mañana oscuro y domesticado por el miedo.
Así lo expresan casi todos los relatos tóxicos y enfermizos del álbum, en ellos cobijé mis miedos y mi falta de fuerza, mi soberbia ante el crudo valor que exige la sumisión a la verdad y la aceptación de los errores, de los dolores y de los daños colaterales. Todo aquello, acabó hace tiempo y de modo simbólico cerré una etapa vital con llave cuando precinté con celo el plástico que encierra este vinilo, y lo enterré en la estantería para que no volviera a ver la luz... hasta hoy.
Tenía que volver a pincharlo, tenía que volver a girar y esta vez escuchar y no amontonar en el cerebro sonidos distorsionadores de conciencias, volver a las canciones como me entregue a ellas cuando lo conocí hace lustros, antes de la oscuridad.
Y ha sido un deleite volver a escuchar estos temas con los oídos limpios de miedo y el corazón fuerte de ganas de seguir adelante, reconocer el dolor del artista que creó en pleno estado de sumisión ante la vida, una colección de alaridos de auxilio absolutamente gloriosos.
Obras sublimes con la presencia de la droga que lleva irremediablemente a la muerte en: "World on a string", la soledad como específico curativo se muestra en distintos escenarios en: "Speaking out" o en la sublime: "Albuquerque"...
Temas con el baboso dulzor de la sangre reptando a borbotones, buscando coagulación, implorando salidas en los lugares equivocados..."Mellow my mind", "Lookout Joe", o la dolorida y corrosiva con sabor a rendición vestida de blues de: "Tired eyes".
La tristeza se acumula en la acústica que conduce la dolorosa "New mama" y en el piano de la llorada "Borrowed tune"...
Incluso hay un lugar para el country, para una suerte de luz en el final del tunel, una luz tenue, como la que sale de una bombilla sucia y pegajosa, pero algo es algo: "Roll another number (for the road)".
Un auténtico ejercicio de resistencia ante el presente y de confrontación con el futuro el que sin duda practicó en su día el tío Neil, una prueba de fe y disposición ante el mundo el que pensaba que me plantearía la escucha de este disco...me equivocaba, hoy solo es un disco de Neil Young, un disco muy especial por las circunstancias que todos sabemos y porque es una obra maestra total y absoluta, pero para mi, un disco más, una POM más de Neil Young que ha vuelto a sonar en mi casa, y eso es genial, ya puedo volver a apagar la luz.
Magnífica esta crónica -esta es algo más que una entrada en tu blog - de un disco muy especial para todos los seguidores genuinos del gran Neil Young. Una lección de desesperanza convertida en obra de arte, un recorrido por el lado oscuro de la vida convertido para muchos en bote salvavidas - algo en principio inimaginable dada la "a priori" oscuridad del disco. Una obra que cura, que cauteriza porque, como dices, al obligarte a mirar cada mañana tu imagen ante el espejo y enfrentarte ante tus miedos, errores, vacíos de un día más sin solución, te obliga a plantearte la pregunta de seguir adelante o tirar la toalla. La solución la deja en manos del oyente.
ResponderEliminarFuerte abrazo,
Muchas gracias por tus palabras Javier, tu reseña reciente en el Exile lo define a la perfección y en este comentario la extiendes a modo de apéndice. Un disco que para un servidor fue algo más.
EliminarUn abrazo.