The Band - Music from big pink (1968)

Reseña: The Band - Music from big pink

un compendio de las artes concentrado en canciones y sonidos: pintores, literatos, escultores, cineastas...

A veces lo que más mola es aquello que haces como consecuencia de un arrebato, de un éxtasis. 

Un sábado por la mañana que amanece luminoso: en un momento dado y sin previo aviso, sorpresivamente, el cielo empieza a mojar el suelo y a ensuciar su celeste manto inicial con una capa arrugada, cenicienta y triste.

Pero por avatares de la vida, esta mutación en el color de la mañana me ha parecido como un homenaje al disco que estaba sonando en el equipo, un disco que no es que lo relacionase con los cielos nublados o la lluvia, me refiero a uno de esos discos capitales, a "Music from big pink" del grupo The Band.

De hecho siempre he relacionado este primer álbum de la mítica formación norteamericana con el verano -al contrario del segundo y de título homónimo, que me parece netamente otoñal-. Reacciones sensitivas que tiene uno y que no sabe de donde vienen, ni porqué. 

La cosa, es que tras el Crazy Chester, el programa de radio de mi amigo Joserra de esta semana, dedicado a Woodstock, a sus días de inspiración y creatividad, al peregrinaje de artistas hacia aquellos lares, y que dedicó una evidente e inefable significación al asentamiento en la casa (rosa, aunque a mi me parece naranja) de West Sugerties de los cinco componentes de The Band junto a Bob Dylan, y en cuyo sótano no dejaron de crear canciones de modo casi monástico, no he podido evitar,  cuando aún el amarillo de la mañana pulverizaba el ambiente, pinchar por millonésima vez "Music from big pink".

Y claro, una cosa lleva a otra, y heme aquí escribiendo una reseña sobre un disco sagrado, a propósito del cual siempre me ha causado un enorme temor el osar tirar letras sobre el lienzo, pues creo que los hay muchos más duchos en lo que se coció en la naturaleza de Woodstock que un servidor.

Para entender este disco, creo que es imprescindible conocer los antecedentes al mismo, lo que lleva a The Band a este retiro espiritual y musical, y también con quién y cuándo. Pero como esto es muy largo, les emplazo a consultar la multitud de información que pueden encontrar por ahí, incluyendo el programa referido cuyo enlace con el correspondiente podcast es este. 


No obstante, y a sabiendas de que los habituales 'pecan' de eruditos, me consta que no será necesario optar a documentación alguna, aunque si a la escucha del Crazy Chester de esta semana.

Bajo producción de John Simon, y con ese academicismo musical, suena de manera milagrosa la entrada eléctrica de "Tears of rage", el piano masajea la guitarra y se establece desde los primeros segundos esa atmósfera bohemia, casi de vagabundos geniales pero ignotos, como Van Goghs del rock.

Porque siempre he visto la música de The Band como un compendio de las artes concentrado en canciones y sonidos: pintores, literatos, escultores, cineastas... The Band rezuma cultura, inteligencia, belleza y al tiempo humildad y una evidente falta de ambición ególatra, al menos en estos primeros tiempos.

Es por ello que la libertad que proporciona esta actitud aunada a la bohemia que se respiraba (me imagino) en la casa rosa, propició unas composiciones que nacían para expresarse y vivir libres, ajenas a los avatares de las modas o las búsquedas de inmortalidades. No anhelaban escribir himnos y al final los escribieron, aunque siguen siendo himnos para uno pocos, lo que hace aún más maravilloso su legado, siguen siendo un grupo para raros, para especiales, para bohemios...

El grupo funcionaba como una piña (aún) y todos aportaban, tres cantantes diferentes pero excelentes, cuatro cerebros componiendo y Bob haciendo de padrino, de catalizador pero desde un segundo plano, como el pastor que guía un rebaño de reses destinadas a dejar al mundo los mejores quesos.

Así se van sucediendo una colección de temas únicos, sin posibilidad de enfrentarlos estilísticamente con ninguna otra formación, The Band es The Band y punto.

"To kingdom come", la flotante (otra característica del arte del grupo, esa sensación de flotar) "In a station", la enraizada "Caledonia mission", un milagroso tema de Richard Manuel con la mano de Hudson en los soplidos del hammond titulado "We can talk", una versión del country popularizado por Johny Cash "Long black veil" donde The Band maneja, casi moldea el género más americano blanco de todos.

Tras una entrada de Garth Hudson de esencia clásica, con el órgano retozando con la 'fuga en mi menor' de Bach, se desarrolla "Chest fever"; vuelve otra delicada copla del frágil Richar Manuel titulada "Lonesome Suzie", un retrato del alma de este genial y extraviado artista.

Bob Dylan y Rick Danko componen la iridiscente y barroca "This wheel's on fire", un corte de excepción dentro de la excepción general.

Y vamos acabando con "I shall be released", compuesta por Dylan y cerrando el disco, su estribillo es una canción en si misma, grandioso Rick Danko en la voz principal, y Levon Helm y Richar Manuel haciendo las segundas voces, retrato de una banda inigualable, que dominaba la lírica de manera innata, con ínfulas de eternidad en cada inflexión vocal, en cada corchea, en cada golpe de inspiración.

Y dejo para el final "The Weigh", composición sublime, metafísica, pura sensibilidad refrescada por el rocío de la enorme cultura de su hacedor, ese genio que es Robbie Robertson, en mi opinión una de las mejores canciones de la historia, no digo más, no me meto en la intervención a modo de fantasmagórica influencia de otro genio (Luis Buñuel), ni en entresijos cuyo análisis me viene tal vez un poco grande, hagan como yo, pinchenla una vez tras otra.

Maldito sol traidor, ahora vuelve a decorar la hora del aperitivo, cuando termino esta osadía herética de reseña, para dar lustre de verano a "Music from big pink", tal vez afeando mis impresiones de la entrada de esta, ya excesivamente larga, reseña.

Y maldito Joserra que con su programa de esta semana me ha llevado a escribir sobre uno de los discos que siempre me he prometido no escribir, por respeto, por temor, porque uno se ve pequeño ante obras como esta... ya está hecho, disfrutamos hoy y siempre de "Music from big pink".



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