Ópera: "Aida" (1871), G. Verdi - Muti, Caballé, Domingo (1974)


Podríamos decir, haciendo un paralelismo con el lenguaje rockero, que "Aida" es la 'ópera de estadio' de Giuseppe Verdi. Es por ello que se trata de uno de los títulos más célebre y representado de todos los que compuso el genio de Buseto.
Es frecuente su programación, por ese carácter espectacular, vistoso y exótico, en festivales al aire libre como el veraniego Arena di Verona.
Pero además "Aida" es una de las grandes obras maestras del género, y lo es por supuesto, por su infinito mérito musical.
Fue compuesta en plena madurez (1871) por parte de Verdi, cuando los anni de galera quedaban lejos, su trilogía popular también, y sus óperas de madurez, con mayor compromiso psicológico en el tratamiento de los personajes, alcanzaban aquí cotas francamente importantes, sólo superadas posteriormente por las incuestionables: "Otelo" y "Falstaff".


Acto I.
El guerrero egipcio Radames (tenor) canta en soledad su amor por Aida (soprano), esclava etíope, que vive en la corte como prebenda por su linaje, pues se trata de la hija del rey de Etiopía: Amonasro (barítono).
Nadie conoce su relación, y todos suponen a Radames enamorado de la hija del emperador (bajo): Amneris (mezzo-soprano).
El rey nombra a Radames jefe de las tropas egipcias en la guerra contra el enemigo: Etiopia, lo que supone una alegría y al tiempo un pesar para el héroe, pues tendrá que enfrentarse al padre de su amada.
Tras un impresionante aria donde Aida muestra su desconcierto, pero expresa su deseo de que Radames retorne victorioso, el soldado es nombrado comandante con todos los honores por el emperador y el sumo sacerdote: Ramfis (bajo).




Acto II.
El ejercito egipcio retorna victorioso ante el rey y el sacerdote. Acto donde se concentra el espectáculo en el largo desfile bajo las famosas notas de la marcha triunfal.
Amonasro está entre los prisioneros, aunque sólo lo reconoce su hija, pues pasa desapercibido y de incógnito entre el resto de presos.
Radames ruega al emperador que no mate a los prisioneros, este accede y en premio por la victoria concede a Radames la mano de su hija Amneris, ante la exultante felicidad de ésta, que desde niña ama al guerrero.




Acto III.
En la víspera de la boda real, se escuchan oraciones, Ramfis y Amneris están ocupados en los preparativos.
Radames debe encontrarse con Aida; esta recuerda, esperando a su amado, en un bello y lírico momento su tierra, los días felices. Aparece Amonasro, quien obliga a su hija a conseguir información sobre los movimientos de las tropas egipcias, se esconde.
Al llegar Radames se produce un tierno momento. Aida indaga, obedeciendo a su padre, y consigue que el guerrero le diga la ruta que tomarán las tropas a su vuelta, momento en el que aparece Amonasro triunfante, pues esa información le servirá para devolver la libertad a su pueblo.
Finaliza el acto con un dramático terceto, memorable y de una intensidad casi imposible de asumir, en el cual Aida y Amonasrro tratan de convencer a Radames para que huya con ellos, el rechaza el ofrecimiento y se entrega autoinculpándose de traición.




Acto IV.
Amneris canta sola, desea salvar a Radames, preso y con toda seguridad condenado tras el juicio. Ella le pide que niegue las acusaciones, que se case con ella, el joven la rechaza. Se celebra el juicio, dirigido por Ramfis, entre las súplicas de la hija del rey.
Finalmente Radames es condenado a morir enterrado en una tumba vivo.
Radames se encuentra en el subterráneo del templo, la lápida ha sido sellada y Amneris llora en el exterior.
Escucha un suspiro, descubre que Aida se encuentra también en la tumba. Se ha deslizado allí para morir con su amado.
Con el hermoso dúo de amor de ambos, intercalado por la dolorida replica de Amneris, termina "Aida".


Son muchas las versiones de este drama, pero nos vamos a detener en la que grabó en 1974 para EMI el director Riccardo Muti, al frente de la New Philarmonia Orchestra y el coro de la Royal Opera House de Londres.
Contó para su cometido con un elenco de lujo, con algunos de los más punteros cantantes del momento, en momentos exultantes de sus carreras.
Muti ofrece una lectura del clásico sumamente verdiana, sin concesiones a nada que -por muy habitual que haya llegado a ser con los años- se aleje de la partitura original de Verdi. No obstante su interpretación es vibrante y fogosa, con más asunción de los aspectos líricos en detrimento de los dramáticos o heroicos, en cualquier caso, y desde el punto de vista musical, deliciosa.


Aida: Interpretada por Montserrat Caballé, la maravillosa soprano catalana, en plenitud de facultades, ofrece una musicalidad al personaje de ensueño, cada inflexión de la voz, cada agudo, cada legato... todo está en su sitio, todo es perfecto. A pesar de no ser en teoría la soprano idónea para el papel, demasiado lírica, su inteligencia y sabiduría le ayudan a llevar el papel a terrenos afines, dando un lirísmo único al papel, sublime en las arias y en el dueto final en la tumba.


Radames: Plácido Domingo encarna de forma perfecta al guerrero, su timbre varonil ayuda a dicho cometido, y su capacidad para asumir vocalmente el lirismo, también. Si bien el genio madrileño no es un tenor verdiano perfecto, y sus agudos siempre suenan al límite, vocalmente se luce gracias a su poderoso instrumento y su trompeteante si-bemol, que hace sonar en más de treinta ocasiones, un Radames de referencia.


Amneris: La inmensa soprano italiana Fiorenza Cossotto borda un papel que acometió en su grandiosa carrera en infinidad de ocasiones, una referencia verdiana y una cantante impresionante, una de las mejores Amneris de la historia.

Amonasro: Lo que hemos comentado en el caso anterior, es aplicable también al Amonasro de Piero Cappuccilli, perfecto de estilo, aunque como era habitual en él, un tanto exagerado en algunos pasajes, no obstante fue un inmenso cantante, interpretando a uno de los padres (el más desagradable) de los que Verdi escribió para barítono.

Ramfis: Suele ser tomado como un papel menor, y lo es; pero en el primer y último cuarto tiene una labor musical, y sobre todo dramático y psicológico importante. El inconmensurable Nicolai Ghiaurov, posee la oscuridad tímbrica necesaria y el estilo idóneo para hacer de tan breve papel un lujo, perfecto como casi siempre el búlgaro.

Posiblemente, la última gran grabación de "Aida". La falta de voces que se adecuen a estos roles, terribles en cuanto a dificultad musical: legatos, canto en la zona del passaggio, fraseo verdiano (no verista)... hacen de todas las óperas del genial Giuseppe, un reto dificilísimo, si encima añadimos la batuta de Muti (que no pone las cosas fáciles), y la enorme exigencia vocal (no al alcance de muchos, aunque demasiados la han cantado), hacen de Aida un ópera terrible, como decimos. Esta es en mi opinión, la mejor versión "moderna" de esta grandísima ópera.

Comentarios