Historias de abril - Las paranoias de Addi.


Estamos en abril. Desde que me alcanza la memoria, el mes de abril es un mes diferente: mágico y maldito. Mágico porque no han sido pocas las experiencias "encantadas" que me ha deparado abril en mis cuarenta y pico primaveras. Maldito porque alguna ha sido mala, e incluso misteriosa. Como escapada de un lúgubre maleficio.
Abril me atrae y al tiempo me asusta. Era abril cuando mi primera novia decidió que ya no aguantaba más mi estúpida adolescencia saturada de canciones y sueños pueriles. Me dejó tras una bronca estrepitosa en medio de la plaza de Indautxu, un viernes de abril. ¿O la dejé yo? Tampoco importa demasiado; al fin y al cabo fue ella la que se presentó un día después en el casco viejo bilbaíno agarrada del talle de un tipo con tupé y un irrisorio "Danny Zuko" escrito con pintura blanca en la espalda de la chupa de cuero. Se preocupó de pasearse por todos los rincones en los que sabía que me podía encontrar. ¡¡¡Qué mala hostia tuvo!!!
Aquello no acabó allí y, sin saberlo, aquella tarde de abril, mientras intentaba olvidarla gracias a una deseada aunque jamás contrastada velocidad amnésica atribuida al kalimotxo -evidentemente sin conseguirlo-, ambos ignorábamos que el odio que agriaba mi sangre contaminada con vino malo y refresco de cola barato y la satisfacción de ella, agarrando del cinturón a su Travolta, que observaba la escena sin entender nada, se estaba forjando una historia romántica y eterna que aún hoy colea. Menos debió entender el prototipo de rocker ochentero cuando su "Pink Lady" le dio puerta entre sollozos y arrepentimientos una vez superó la euforia.
Habíamos puesto los cimientos de una historia de esas que nunca terminas de superar, por mil y una cosas buenas, hermosas y también dolorosas: una auténtica historia de amor.
Todo terminó definitivamente algunos años después de forma civilizada. Aunque me van a permitir que siga pensando que eran otros intereses, que no los sentimientos, los que nos hicieron buscar una vida más acorde a lo que otros -en especial la suegra que nunca lo fue- esperaban y deseaban para nosotros. Aquél civilizado desenlace se produjo un 29 de abril por supuesto, domingo para más señas. Uno de los días más tristes y solitarios de mi vida. La vuelta a casa desde la plaza de toros de Vistalegre supuso el cuarto de hora más lento y solitario que jamás pude imaginar. Sigo sintiendo un dolor denso y pertinaz cada vez que recuerdo aquel trayecto hacia mi casa.




Ya hemos dicho que cosas mágicas también ha traído a este narrador el mes de abril. Hace tiempo, demasiado tiempo. Cuando uno aún estudiaba, ocurrió algo que se me quedó grabado de forma muy especial.
Eran otros tiempos. Los años noventa. Semana Santa. Los amigos estaban diseminados en distintos lugares, de vacaciones. Aquél año me quedé trabajando, atendiendo un parking en Bilbao. La vida de estudiante obliga a ser austero o bien a buscarse la vida con curros de medio pelo, para cubrir las necesidades y vicios propios de la edad.
Como buen zagal, nuevo en plaza y pringao oficial, me endosaron el turno de noche. Entraba a las diez de la noche y salía a las seis de la mañana.
En una diminuta garita, con un libro y sin existir facebook las horas pasaban despacio. Internet era algo de lo que se empezaba a hablar en los telediarios, pero continuábamos ajenos a lo que se nos venía encima. Escuchaba en un viejo radiocassette el doble en directo de Barricada mientras consumía las horas, lentas y baratas: a setecientas pesetas cada una.
De repente se coló un perro en la garita, uno de esos pequeñitos -no entiendo de marcas de perros- con flequillo y pintas de muchachuelo travieso y pizpireto, el perro favorito de Dickens, seguro.
La cosa es que desde el exterior, al otro lado de la barrera que da acceso al parking, su dueña le llamaba sin levantar demasiado la voz. Eran más de las once de la noche y muchos vecinos estarían durmiendo: ¡Thorgal!, ¡Thorgal!, ¡Thorgal! Me hizo gracia el nombre que había elegido aquella señora para bautizar a su perro.




El caso es que Thorgal no quería salir; se acurrucaba en una esquina y tuve que levantarlo y llevárselo a su ama. Leonor era una señora de mediana edad. Vestía un chándal que le quedaba grande, una bata morada y zapatillas de casa. Tenía el pelo corto y una viveza inquieta y curiosa en la mirada. Era muy nerviosa y hablaba a toda velocidad. Me pidió disculpas y me dio las gracias un montón de veces.
-Todos los días salgo a estas horas a pasear con Thorgal. Vivo sola y no duermo bien. Luego subo y me pongo a escribir en mi diario.
Aquél trabajo era aburrido -aparte de mal pagado- y no me importó darle palique a Leonor. Salía cada noche en bata, fumaba un cigarrillo y pensaba en sus cosas, o más bien en su falta de cosas.
Me ofreció un Lucky, que acepté, y estuvimos hablando mucho rato: de libros, de mis estudios y mis proyectos, de que ella no se casó porque su novio se casó con otra a la que conoció en Canarias mientras hacía la mili. Y se lo dijo por carta después de la ceremonia. Sólo lo volvió a ver una vez más. Se quedó en Las Palmas para siempre. Que sus vecinos decían que estaba loca, que era muy rara y que seguramente, incluso, peligrosa. Lo que le pasaba es que estaba sola, sola desde que su novio se casó con otra mientras hacía la mili en Canarias. Con lo que ella lo quería, con lo que le sigue queriendo.
Le temblaban los ojos mientras contaba su triste historia. Sonreía y sollozaba al mismo tiempo. Era la persona más triste que nunca he conocido.
Me contó muchas cosas. Se interesó por mí, y me animó a no dejar que la vida me desbordase.
-Siempre hay algo a la vuelta de cada esquina. No camines con las manos vacías y mirando al suelo. Hay un horizonte al que mirar y muchos tesoros que portar. Si no, acabarás como yo, sola, echando de menos a un novio que se casó con otra, paseando al perro y escribiendo un diario en el que sólo hay tres personajes: Leonor, Thorgal y Ernesto, que se quedó en Canarias. En mi diario no escribo sucesos, escribo pensamientos y sentimientos, casi todos tristes. Nunca me pasa nada.
Después de media docena de cigarrillos y mucho rato de charla en la que hubo risas y recuerdos, Leonor dijo que se tenía que ir.
-Me espera mi diario y mi noche de insomnio, es muy tarde. Muchas gracias, Jorge.
Me dio un beso y se fue, llamando a Thorgal en un grito disfrazado de susurro.
Al día siguiente volví al parking, estuve todo el día pensando en Leonor, en su historia. Me apetecía volver a verla, y charlar como la noche anterior.
El compañero del turno de tarde me dio un sobre.


-Me ha traído esto para ti una vieja loca que anda por el barrio. Siempre está paseando al perro. Ten cuidado, está como una cabra. No te acerques a ella. Dicen que ha estado en la cárcel varios años porque mató a su novio. Parece ser que la dejó cuando estaba haciendo la mili, se casó con otra y la tía ésta se fue a Canarias y se lo cargó. Le quitó la pistola a su padre, que era madero, y le pegó un tiro, sin mediar palabra.




Aquella noche de abril, Viernes Santo, en la garita de un parking que ya no existe, sonaba Barricada. El sobre contenía una carta, muy breve y que aún conservo.
Leonor me daba las gracias por escucharla y hacerle compañía. Me deseaba lo mejor del mundo en mi futuro y me contaba la verdad: que estuvo en la cárcel y que mató a Ernesto. Y que aún le quería.
Finalmente me dijo que había escrito sobre mí en su diario. Que gracias a mí había podido escribir sucesos y añadir un personaje más: Jorge.
Trabajé dos días más en aquél parking, No volví a ver a Leonor ni a Thorgal. Nunca más les he vuelto a ver. No sé qué habrá sido de Leonor, pero me acuerdo mucho de ella. Y la recuerdo con cariño, a pesar de lo que ocurrió.
Puede parecer una tontería pero creo que el hecho de aparecer en el diario de alguien es algo maravilloso. Pocas cosas me han hecho sentirme tan bien como aquella carta en la que Leonor me dice que salgo en su diario.
Ha habido otros abriles, y también especiales. Pero he decidido recordar estos y compartirlos a la espera de que se cumpla el conjuro y este abril que ahora comienza me sorprenda con algo.


Quiero dedicar este relato a mi amiga Cristina.

Comentarios

  1. Es verdad que hay vivencias que para bien o para mal, son recordadas de por vida y se mantienen en el tiempo año tras año. El recuerdo esta vez será para bien,supongo, ya que has hecho de él un buen relato.
    Muxus!

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    1. Ya sabes lo que me gusta escribir mis paranoias jajaja. Me gusta mucho abril.
      Muxus.

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  2. Buen texto, amigo. Te estás haciendo todo un experto en relatos cortos.

    Un abrazo!

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    1. Bueno un experto no se, pero entretenerme me entretengo un rato. Y con tu ayuda alguno hasta queda txulo.
      Un abrazo.

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