Melodrama común desencajado (III)

Un viernes de otoño en 1988.

Seguramente la madre de Martina creía a su hija cuando salia sin libros todos los viernes aludiendo a que los profesores dedicaban las tardes del último día lectivo de la semana a resolver dudas y que por eso no necesitaba llevar nada, era una mujer dedicada en exclusiva al cuidado de sus hijos y de su casa, parecía mayor de lo que realmente era, tuvo sus primeros hijos, dos niños, con 21 y 23 años y con 27 llegó Martina, con los vástagos criados se aburría y no solía entrar en cotilleos y mucho menos en cuestiones delicadas que tuviesen que ver con la política o la economía, no tenía demasiadas amigas y apenas había disfrutado de la vida desde que se casó, su marido Ricardo es el único amor de su vida, o al menos lo fue, un fontanero que llegó a la ciudad recién licenciado del servicio militar y que fue levantando un taller que llegó a gozar de una bien ganada reputación de seriedad y buen precio que proporcionó a su familia una situación económica solvente y esa tranquilidad que no todos lo hogares disfrutaban en la segunda mitad de los ochenta, pero también le mantuvo muchas horas lejos de los suyos, de las dudas de los chicos mayores que en más de una ocasión echaron de menos el ejemplo paterno para usarlo como calco sobre el cual delimitar los contornos de su personalidad, de las primeras evidencias de que la pequeña Martina se iba convirtiendo en mujer, aunque la niña siempre tuvo un soporte firme aunque un tanto dubitativo en su madre, también las eternas jornadas de trabajo, y de lo que continuaba al cerrar la persiana del taller le tuvieron alejado del lecho matrimonial, aquél que antes de la llegada del mayor fue epicentro de un amor obrero y desesperado que se alimentaba de sueños, caricias y deseos de olvidar una infancia tópica y frustrante.


Carol la esperaba siempre en el mismo sitio, al pie de las escalerillas que conectaban las casas nuevas con la parte superior del barrio, una colmena de ventanas tras las cuales pisos de mala calidad y apenas 70 metros cuadrados albergaban a familias de clase obrera que no habían llegado al status de negocio propio que si llegó el padre de Martina, situación que le permitió adquirir un piso de más de 90 metros en la zona noble de la barriada unos años antes, más cerca del hiper y con la parada del autobús a unos pocos metros del portal.
Carol era la que siempre tenía la bombilla encendida y se atrevía con todo, fue la primera en abusar del maquillaje y no dudó en encender un cigarrillo cuando Alex, el más guapo e imbécil de todos los guapos imbéciles del instituto se lo ofreció con el único objetivo de parecer un imbécil interesante y poder darle un atracón a los labios y a las palmas de las manos a costa de la intrépida Carolina.
Pero Carol no era tan imbécil como él y no tardó demasiado en darse cuenta de que Alex sólo tenía una cosa que ofrecerle, tabaco. Pronto pasó el inocente y guapo Alejandró al olvido, pero la nicotina atrapó a Carol y quedaría presa de élla durante años.



Ambas jóvenes eran inseparables, se conocieron en primero de BUP, las dos coincidieron en las clases de apoyo de Euskera, en los ochenta algunas escuelas públicas no tubieron clases del idioma local hasta el último curso y ello propició un desequilibrio entre algunos alumnos sin apenas nociones de la lengua vasca y otros que llegaban al instituto con un mayor nivel. No tardaron en quedar después de clase, y aunque no vivían demasiado lejos una de otra ni siquiera se conocían de vista, fueron a colegios diferentes y hasta su llegada al BUP ambas fueron niñas modositas que dedicaban los fines de semana a ver la tele y pasear por el centro con sus padres, púlcramente vestidas con faldas plisadas y lazos en el pelo.
Durante el primer año despertaron al mundo de la adolescencia, a la fatal evidencia de que todos los chicos no eran aquellos gañanes brutos y desgarbados de los que huir como ocurría en la escuela, muchos eran capaces de hacer estremecer sus estómagos con una mirada pícara, una sonrisa malvada o unos brazos moldeados por el deporte.



En segundo curso empezaron a salir en cuadrilla, conocieron a Sara y a Beatriz, la primera salía con Igor, el líder del equipo de baloncesto, un chico alto y con una mata de trigueño cabello rizado que coronaba una testa cuadrada gobernada por unos ojos azules que volvían locos a Sara y también a las otras chicas, aquél era el motivo por el que aquella preciosa niña, menor de siete hermanos, todos varones, fuese odiada por muchas. Su cuerpo exuberante, pródigo en curvas vertiginosas y su precioso rostro moreno tampoco ayudaba a ganarse el aprecio de las demás féminas, todos hablaban de ella como de una creída y medio tonta, pero sus tres amigas sabían que no era cierto, era sensible y romántica, inocente a pesar de poseer un cuerpo que parecía moldeado por Masoch para practicar con él sus enfermizas e imaginarias maniobras, y sabían que las hirientes pintadas que a menudo aparecían en las paredes del patio y escarificadas en su pupitre la dolían de manera cruel, solía decir que su novio era guapo pero indiferente a todo lo que no fuera su propio ser, y que ella estaba sola, abrazada a una bella soledad de ojos azules, pero sola.
Beatriz era seria, triste e inteligente, guapa aunque no lo parecía, ó ella no lo sabía, o no le importaba, por lo cual no hacía destacar las finas lineas de su rostro, sus estudios eran lo primero y lo demostraba cada trimestre consiguiendo las mejores calificaciones de la clase, vivía con su madre y su hermano pequeño, su padre hace años que las abandonó y su madre trabajaba limpiando portales de lunes a viernes y los fines de semana hacía lo propio en algún bar y restaurante del centro, por lo cual a Bea le tocó ayudar en casa y criar a su hermano pequeño cuyo nombre, Alberto, era lo único que les había dejado el padre como legado. Tenía claro que a ella no le esperaba un futuro como el presente que arrastraba penosamente su madre, con las rodillas deformadas de tanto limpiar suelos y con la espalda encordada por efecto del trabajo y sobre todo de la vergüenza y la tristeza, no podía entender como aquella mujer aún amaba a su marido.

Aquél viernes las cuatro se pasaron la tarde en la esplanada, fumando y bebiendo cerveza caliente con los chicos, Igor había llevado un radio-cassette y elegía la música, canciones de Rosendo y Barricada sobre todo, sabía que a las chicas no les gustaban y parece que ignorar las protestas de Sara le divertía.
Martina decidió provocar aquella noche a Raúl, un chico tímido y callado de COU cuya mirada repleta de ternura le provocaba toda clase de sentimientos románticos, se lo comentó a Carol pues le había parecido que su amiga también le había echado el ojo...- No hay problema Martina, a mi me da igual uno que otro, esta noche los chicos van a ir a La Estrella, es un garito cochambroso pero oscuro y muy apropiado, allí te lanzas, seguro que no puede resistirse a tus encantos y te entra - reía Carol mientras terminaba la litrona de cerveza y quemaba la colilla de un Lucky, era evidente que empezaba a estar un poco borracha.


Unas horas después el tierno Raúl combatía el frío de las noches de noviembre entre los brazos de una chica, no importaba el aliento a cerveza y tabaco, el calor de la juventud era demasiado poderoso para que aquellas menudencias tuviesen importancia.
Mientras volvía a casa, sola, Martina observaba la escena entre las sombras, a la salida de La Estrella, furibunda y tambaleandose, juraba que nunca perdonaría aquello a Carol, se sentía traicionada y humillada, definitivamente había acabado su amistad...así fue dureante un tiempo, pero no para siempre...igual había esperanza.

Un martes de octubre de 2015, 23:00 horas (4 días después de la noche de autos).

The Godfathers sacaron a Martina de su viaje etílico al pasado, el whisky alimenta la memoria siempre cuando ya es demasiado tarde, miró el móvil ya sin esperanzas de que fuese Ulises, era el pasado y también el presente quien llamaba, estaba borracha pero sabía que debía contestar...- Hola Carol...
(continuará)

Comentarios

  1. Respuestas
    1. Gracias Victor Hugo, en principio tengo la intención de seguir con estas historias costumbristas aderezadas con canciones.
      Abrazo.

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