A raíz de esta imagen, James McMurtry articula una historia que, como siempre en este autor, tiene su deje literario e incluso novelesco…
Por Jorge García.
Antes de entrar de lleno en el análisis y comentarios del último álbum del sonwriter norteamericano James McMurtry, es conveniente e incluso necesario hacer una parada en la portada del mismo.
Titulado "The black dog and the wandering boy", la portada transcribe un dibujo que el escritor Ken Kesey ("Agluien voló sobre el nido del cuco") realizó y dedicó al padre de McMurtry, el prestigioso escritor estadounidense Larry McMurtry, fallecido en el año 2021.
En el trajín de ordenar y seleccionar los objetos de quien ya no está, en la búsqueda de algún tesoro que nos ate al recuerdo del finado por siempre, apareció esta postal en la que el perro negro representa (siguiendo la alegoría de Winston Churchill) una depresión u otra alteración de tipo nervioso, como la sufrida por el progenitor de nuestro invitado de hoy en sus últimos tiempos.
A raíz de esta imagen, James McMurtry articula una historia que – como siempre en este autor, con un inequívoco deje literario e incluso novelesco – termina materializándose en las canciones que constituyen su disco número once y que bajo estas premisas personales y sumamente evocadoras, alcanza cotas ciertamente excelentes en aspectos como pulso emotivo, verismo melódico y una cetrina literatura americana de memoria, amor y gratitud.
No busca elementos sónicos o estilísticos diferentes a lo habitual en otros trabajos, si bien el tono se vuelve más taciturno a lo largo y ancho de esta decena de canciones, que se suceden como capítulos enlazados para configurar una novela que bien podría haber escrito su propio progenitor.
Tal vez estemos más cerca de un rock americano de textura electroacústica con incisión de banjos o violines que de un country rock más reconocible como tal, como ha ocurrido en precedentes ocasiones. En cualquier caso el pesaroso y bello entorno atmosférico, que no pretende ocultar pero tampoco amplificar artificialmente, es el leitmotiv sónico de un disco emotivo y sensible que incide en la humanidad y el reconocimiento como elementos que en un momento determinado pueden salvarnos (al menos en parte) de las zarpas afiladas e impenitentes del dolor.
Las canciones se explican por sí solas, vibran en la garganta de McMurtry y expanden su onda expansiva de manera libre y lenta, hasta llegar – a veces varias escuchas después – a cualquier oído dispuesto a aceptar el estado anímico del disco y sumergirse en él.
John Dee Graham compone para la presente ocasión el tema de apertura: "Laredo (Small dark something)" que se asemeja a una de aquellas reptantes tonadas que regalaba por doquier el desaparecido Malcom Hocombe con un tono más robusto en cuanto a electricidad. El colofón, en cambio, es una plácida y en cierto modo esperanzadora versión de "Broken freedom song" sobre el tema original de Kris Kristofferson.
Entre estos dos temas ‘ajenos’, canciones, pláticas y homilías con sentido de ‘a flor de piel’ donde se vuelcan los haceres de otros artistas como Jason Isbell o Drive-By Truckers, apunten temas como "South Texas Lawman" o "Pinocchio in Vegas". Por otra parte, John Hiatt, Richard Thompson, Robert Earl Keen o Gurf Morlix se asoman a canciones como "The color of night", la crepuscular "Annie", "Sailing away" o el tema homónimo.
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