Melodrama común desencajado (IV)


Un viernes de octubre de 2015, 18:00 horas (Noche de autos).

El tablón de anuncios de la segunda planta de la facultad de ingeniería acaparaba la atención de una muchedumbre que buscaba su nombre para de esa manera dilucidar si el temible examen de Teoria de máquinas había sido superado. Álvaro Zelaia no advertía que llevaba demasiados segundos conteniendo la respiración mientras buscaba entre las cabezas su nombre en alguno de los folios, el reflejo de las fluorescentes del pasillo lateral contra el cristal hacían la misión más complicada desde el ángulo en el que Álvaro y su amigo Santi estaban colocados.
Fué Santi quien advirtió a su camarada con un ímpetu que hizo dar un respingo a una chica que rebuscaba con las uñas entre los dientes justo delante de los dos jóvenes - ¡Estás Alvaro, ahí! - dijo señalando con el dedo a un lugar del tablón imposible de detectar a simple vista desde el punto de visión de Álvaro, - ¡Y yo también, allí! - gritó más fuerte aún, moviendo el dedo unos centímetros a su derecha realizando la misma maniobra indescifrable de localización sobre el panel de corcho.
Álvaro recuperó la respiración y suspiró de alivio, su padre le había amenazado seriamente si este curso sus calificaciones volvían a ser mediocres, los recortes en viajes y dotación económica amenazaban con ser importantes si la medianía seguía siendo la tónica general.



Álvaro Zelaia de Uralde, el padre del joven Álvaro Zelaia Pardo es un eminente ingeniero industrial, desde que terminó la carrera su actividad profesional ha sido el mayor motivo de orgullo de su vida, por encima de cualquier logro personal o familiar. Se trata un hombre recto y de firmes principios conservadores, religioso aunque practicante sólo a medias y amante de la lectura y el teatro, detesta la afición noctámbula de su hijo y jamás entendió la tendencia de éste a dar prioridad a las actividades de ocio por encima de sus estudios - De tu esfuerzo de hoy dependerá el hombre que seas mañana - repetía una y otra vez a su único hijo desde que éste tenía recuerdos.
Era estricto pero no tiránico, no dudaba en implantar castigos pero no creía en el dicho de la letra con sangre entra, y muchas veces retiraba el castigo a los pocos días de implantarlo, al fin y al cabo Álvaro siempre había ido sacando sus estudios aunque no con la brillantez que al progenitor le hubiese gustado.
Begoña Pardo, esposa de Don Álvaro y madre de Álvaro, era una mujer aburrida y envarada, no tenía nada que ver con la joven dicharachera y alegre que gustaba de bailar con su novio, un joven y prometedor estudiante de ingeniería, y salir con las amigas del barrio de clase media en el que había nacido y crecido, en su juventud amaba el campo y siempre estaba cantando, trabajaba en una gestoría de las afueras, ocupación que le encontró su novio cuando terminó sus estudios de administrativo, y nada la hacía más feliz que éste la estuviese esperando en el portal del edificio en el que estaba ubicada la oficina cuando salía de trabajar a las cinco de la tarde.
El inmediato ascenso de Álvaro en su profesión precipitó una boda tras la cual dejó su trabajo, sus amistades y sus canciones para dedicarse a ser madre, pero madre burguesa, de las de dos besos a su hijo al día, con servicio y mucho tiempo libre. Creció su grupo de amistades que no de amigas y su vestuario, su marido le regaló un valioso cofre para sus joyas cuando cumplieron 5 años de matrimonio y poco tiempo después el cofre estaba lleno, al contrario de lo que ocurría con su corazón que se vaciaba de ilusión y sueños conforme pasaban los años, incluso su belleza, modesta pero viva y fresca antaño, se vio afectada por la rutina y el aburrimiento, un aburrimiento de perlas y armiño.
Álvaro llegó a casa y dio la buena nueva del temido examen de Teoría de máquinas, la primera y única en recibir la noticia fue Pamela, la chica que llevaba en el servicio de la casa desde que acertaba a recordar, la que le despertaba para ir al colegio cuando era niño, la que le daba el desayuno, le llevaba al autobús y le preparaba la merienda, la que le besaba más que ningún otro miembro de la casa, la que le acostaba y le regalaba sus sonrisas...le asustaba y apenaba pensar que Pamela era la persona que más quería en el mundo, pero así era. Pamela aún era joven, entro al servicio de los Zelaia cuando tenía 17 años y a día de hoy debía rondar los 44, siempre fue muy guapa, menuda y pizpireta pero con un rostro de ángel que aún conservaba joven e inocente, la abrazó y levantó por el aire, aprovechando su metro ochenta de estatura, la besó y percibió que ella si estaba orgullosa de su niño, siempre lo estaba, incluso cuando sus calificaciones eran decepcionantes.
Sus padres no estaban en casa, como siempre, ó como nunca...se duchó, se puso su pantalón favorito, un Levi's Strauss negro que compró en New York las navidades pasadas y una camisa gris, su chamarra de cuero marrón, unas zapatillas blancas Nike y salió a la calle, le esperaban los amigos para celebrar los aprobados de Santi y de él.


Cuando Álvaro y sus secuaces entraron en el Carro's, un local de moda en el centro repleto de niños de papá donde sonaba una música infecta, sólo pensaban en tomar unas copas más y buscar entre las cabezas que se contoneaban en la pista un grupo de jóvenes muchachas con quienes compartir las últimas horas de la noche, normálmente utilizaban a Álvaro como gancho, siempre triunfaba en sus conquistas, moreno de rostro y cabello y con una sonrisa custodiada por dos hoyuelos y enfilada por unos dientes blancos que sabía utilizar como pocos, sus ojos castaños tenían picardía y romanticismo y su cuerpo equilibrado y esculpido por horas de gimnasio a lo largo y ancho de sus ciento ochenta centímetros eran irresistibles para muchas jóvenes que veían en el muchacho al novio perfecto, pues además se le notaba la buena economía en su atuendo y sus elegantes formas.
Cuando vieron a aquellas cuatro mujeres los amigos de Álvaro decidieron que eran el blanco perfecto para bromas y chanzas, superaban los cuarenta, un tanto desmelenadas y desde luego fuera de lugar según pensaban aquellos universitarios pijos y prepotentes, las cuatro reían y sostenían vasos en sus manos, bailaban como se hacía en los noventa y no parecían atender a nada ni a nadie, se lo estaban pasando bien.
Santi las emplazó a tomar algo con ellos entre burlas e ironías, las cuatro mujeres reían el ofrecimiento, Sara interpretó la oferta como lo que era, una ofensa y se encaró al joven, éste advirtió la impoluta belleza de aquella mujer, aunque había ganado peso lévemente en los últimos lustros Sara seguía teniendo un cuerpo de pecado y mantenía intacto su precioso rostro, Álvaro intercedió entre su amigo y Sara, se estaba pasando y la cosa podía acabar mal, entonces reparó en Martina, en sus ojos color avellana y su sonrisa demasiado maquillada, las bonitas piernas que disparaba una minifalda excesivamente corta para su edad pensó, y curioso se acercó a ella.
Martina terminó su cubata de ron y se bebió otro al que le invitó Álvaro, estaba bastante borracha y no se daba cuenta de que se estaba dejando llevar por las lisonjas del joven, hacía años que no sentía la emoción del cortejo, el pulso acelerándose ante la certeza de que la aventura acabará follando con ese desconocido, demasiado desconocido, demasiado joven...demasiado guapo para dejarlo escapar vivo.



Entre los efluvios del alcohol pensó en Ulises, estaba en Sevilla, durmiendo supuso, no llegaría hasta el día siguiente al mediodía, no tenía porque enterarse, al fin y al cabo ¿quién le dice que el no estaba haciendo lo mismo en ese momento?. Decidió dejar de pensar en su chico y concentrarse en el adonis que la miraba fijamente, con una sonrisa malvada y dulce, acercando sus labios más, y más, y más...
Pocos minutos después salia del tugurio abrazada a él, notando la palma de su mano en el culo, y su voz exitada parando un taxi...- vamos a mi casa...por cierto ¿cómo te llamas? - pregunto arrancando a reír - Álvaro, ¿y usted?, perdón ¿y tú? - hizo como que no había escuchado aquél tratamiento de persona mayor y contestó divertida - Martina...
(continuará...)

Comentarios

  1. Ay Martina, Martina..., ¡la que te espera!... Nada mejor que ir preparando la bomba final dentro de un ambiente bien desarrollado, entre nuevos personajes bien perfilados y entorno creíble.
    Abrazos,
    JdG

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  2. Sigo pensando que deberías escribir relatos breves. Yo me ofrezco como corrector de tus textos. Hay que pulir ciertos detalles, pero tienes ideas brillantes.

    Un abrazo!

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    1. Pues lo pienso y hablamos, la verdad es que me divierte mucho y me gusta, lo mismo hacemos un best-seller jajajaja
      Un abrazo.

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  3. Ostras, esto está muy interesante. Yo creo que van a trincar fijo.

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    1. Je je, estas historias que se me ocurren al final le van a gustar al personal, veremos por donde sale el tema.
      Un abrazo.

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